Marruecos, un país mágico pero con muchas víboras.

Después de un bus nocturno al aeropuerto y dos horas de vuelo de Barcelona a Marrakech llegamos a Marruecos. País que desconocía totalmente. Ninguna expectativa. Recuerdo que mi compañera Luz pregunta en clase quién quería acompañarla y el país sonaba lo suficientemente exótico como para animarme a lanzar mi fácil “¡YO! ¡VAMOS!» A la travesía también se unía nuestra compañera Diane. Llegamos las tres Masters en Turismo a territorio desconocido. Luz me habí­a mandado el programa del tour que estábamos contratando por los cinco días pero no le preste atención y nunca lo leí­. Solo con el wifi del aeropuerto de Barcelona me enteré googleando cosas como que en Marruecos no venden alcohol, o que todos los precios se regatean, o que te falte todo pero nunca el agua (eso no hací­a falta que me lo digan, mi cuerpo solito se iba a dar cuenta).

A la llegada nos recibe un señor con un saludo árabe y sonrisa de pocos dientes. No pronuncia más una palabra y nos lleva a una camioneta. Dimos varias vueltas por la ciudad. Distraí­da al comienzo, hablando con las chicas y mirando la ciudad no sabí­amos ni a dónde nos llevaban. En un momento nuestro chofer para el auto, conversa palabras inentendibles en árabe con otro vehí­culo, se bajan y este otro señor sube a nuestra camioneta. El nombre de nuestro nuevo chofer era Barack. -Obama? dije para cortar el hielo. -No; fue su respuesta. Ok, el nuevo no tení­a mucho sentido del humor, hasta que se lo sacamos igual. Total, íbamos a convivir varios dí­as. 

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Así­, empezamos un viaje de 4 horas en las que ya impacientes Diane se anima a preguntar: a dónde vamos y cuánto falta?! -Vamos a iniciar el tour, pero faltan 6 horas. -QUE?! entre risas y comentarios de stress confiamos ciegamente en Barack. Por supuesto mi cerebro ya se imaginaba las cosas más catastróficas, si no nos caíamos en alguna de esas curvas de la montaña al abismo o morí­amos por adelantar otros autos en curvas a 100km/h tal vez nos metían a alguna casa y entre muchos hombres nos extirpaban órganos o cosas peores (hay peores?). Mis compañeras me callaron la boca con el lema «deja fluir». -Glup, ok.

Al transcurso ya de 10 horas y de pequeñas conversaciones en español con Barack, muchas curvas y ganas de vomitar, preocupaciones, risas y dormidas, iniciamos el último trecho activando la 4×4 en una especie de Salar de Uyuni arenoso en donde no entendes cómo el conductor sabe hacia dónde ir, sin rastro de camino y absolutamente todo norte sur este oeste igual. Hasta que al fin llegamos a un hotel en el Desierto del Sahara (que!? estoy en el Sahara!? Wow. Ok!). Este lindo hotel es la casa de Barack y de Lahcen, su hermano y nuestro guí­a oficial, que al fin í­bamos a conocer.

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Lahcen tiene 31 años, trabaja independiente en turismo hace varios años organizando tours en Marruecos. Recibe grupos de personas de todo el mundo, casi siempre por recomendaciones boca en boca. Proviene de una familia nómada Berbere que vivía en el desierto de sus animales, mudándose cada cierto tiempo. Como la escuela no es obligatoria en Marruecos ninguno de sus hermanos asistió pero Lahcen se mudó a un internado y estudió hasta la universidad. Lahcen habla Berbere, árabe, francés, inglés, catalán y todo tipo de español usando palabras como «zarpado» de los argentinos y «no mames» de los mexicanos. Yo le enseñé la palabra «purete».

Berbere significa «Alma Libre» y su lema es «Vivir el hoy, mañana es otro dia».

En Marruecos se hablan dos idiomas oficiales, el árabe y el berbere. Así mismo existen dos estilos de vida, el musulmán, donde las mujeres por su religión y según sus familias tienen matrimonios arreglados y desde su primer periodo se tapan mostrando solo la cara, otras los ojos, otras un solo ojo y otras absolutamente todo; y el Berbere en el que básicamente podes hacer lo que se te dé la regalada gana, ellos deciden si quieren taparse o no, rezar o no, casarse o no. Una curiosidad que escuchamos es que si alguien paga en un restaurante Berbere por un plato de comida y se queda con hambre puede seguir comiendo sin volver a pagar. Ambos grupos conviven muy bien, pero no son precisamente amigos. Con las chicas optamos por la vida Berbere durante nuestros dí­as en este interesante país.

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Tras una idea de Lahcen fuimos al desierto de noche a hacer una fogata y a brindar por el cumpleaños de Luz. En absoluta oscuridad caminamos durante 10 minutos adentrándonos en el desierto, matándonos de risa intentando con mucha dificultad subir las dunas y que nadie me deje atrás (después de escuchar que podían haber ví­boras, mi mayor fobia). Lahcen nos contó una historia en la que una vez una chica se habí­a apartado de su grupo en el desierto para hacer pipí y no regresó por horas. Otro campamento llamó a Lahcen (si, en el Sahara hay recepción telefónica) a avisarle que habí­a llegado allá­ perdida. Un milagro pensando que es el desierto más grande del mundo y que una persona puede sobrevivir hasta 2 horas sin agua, bajo el sol y arena hirviendo. Nota mental: NO apartarse, NO apartarse. Al encontrar el spot, sacamos el champagne de 7 euros que habíamos comprado antes en el duty free con la riquí­sima torta que nos regaló Lahcen y disfrutamos allí­ tirados de las millones de estrellas que teníamos solo para nosotros.

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Al día siguiente nos despertaron con un desayuno delicioso y nos llevaron a conocer a una familia nómada. En el medio de la absolutamente nada, una señora muy mayor con 9 hijitos de todas las edades nos saludaban y recibían súper felices. Éramos el entretenimiento de su día. Nos dirigimos a una casita hecha de tronquitos y alfombras en el piso a comer la sandía que Barack les habí­a llevado, jamás vi comer con tanto disfrute. Por supuesto no nos entendíamos nada, pero los niños reí­an, nos robaban el celular para tocarlo y corrí­an perseguidos por la que más energí­a siempre tiene; Luz. Cabe destacar nuestras edades, Luz 42, Diane 30 y yo 26.

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Los días transcurrieron con un calor intenso. En Marrakech cada cierto horario todas las actividades paran y la gente se pone a rezar desde donde sea que esté, en dirección a la Mezquita. Sus rezos son con cánticos y agachándose de rodillas y cabeza al piso para volver a levantarse y repetir lo mismo por varios minutos. La plaza principal de esta ciudad contiene un mercado lleno de laberintos, de gente gritando y hasta intentando adivinar tu nombre para que te acerques a comprar algo. Uno acertó mi nombre a la segunda vez y me dejó im-pac-ta-da. Varias clases de ví­boras amaestradas bailaban al son de sus musiquitas árabes y otros hasta te las acercaban a la cara por sí quisieras una foto con ellas. Vale decir, que yo pasaba muy lejos, con los ojos cerrados, corriendo y a veces llorando por estos lugares. Puedo decir que me salve y no tuve que ver a ninguna.

No sabía lo que me esperaba en Marruecos, ni siquiera estaba en mi wish list de paí­ses por visitar. Pero me sorprendió y animó a todos los lectores a que lo visiten; así, con su calor y sus ví­boras es el sitio más curioso en el que haya podido estar. Entre otras cosas, también visitamos sets de grabación de Game of Thrones y anduvimos a camello por el desierto, la última una experiencia un poco dolorosa para la entrepierna, pero es para una vez en la vida.

No quiero ser densa con estos temas, pero no colaboro con el maltrato animal y siento que lo hice subiéndome a un camello. Sé que sin eso no es una experiencia completa, pero era notable que algunos camellos no querí­an trasladar a gente encima, son obligados y debemos ser conscientes de eso. En mi caso particular, estoy arrepentida de haberlo hecho. Colaboraciones al maltrato también pueden ser: nadar con delfines, sacarse fotos con tigres o monos, montar elefantes, pagar por ingresar a acuarios, zoológicos o ver shows de animales. Esto es importante, pasa la voz.

Mira el videito!

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